No se había dado cuenta realmente de que iba caminando, sino hasta que pateó esa piedra. En la siguiente esquina recordaría esa piedra y lo que estaba pensando antes de patearla cuando viera su cara reflejada en el vidrio lateral de un auto que casi lo golpea en la mano.
Caminó ahora conscientemente, recordando el lugar al que se dirigía. Después de unos pasos irregulares se detuvo, como guiado por una determinación inquebrantable, giró su cuello hacia atrás para revisar que no habiera quien lo viera, rápidamente separó un poco las piernas y con su mano tomó con sumo cuidado su pantalón en la parte de la entrepierna y jaló firmemente, al tiempo que doblaba levemente su cintura sacando sus glúteos hacia atrás. Un leve respiro de satisfacción le provocó una pequeña sonrisa. La trusa le estaba arremangando un huevo.
Continuó sus pasos casi de manera inconsciente, siempre pensando en la manera más corta de cruzar la calle, de llegar a cierto punto, de alcanzar la esquina. La esquina. Le gustaba trazar su camino en líneas rectas, minimizando de esta manera su trayectoria. Muchas veces se había quejado del trazado cuadricular de las calles, que le impedía llegar de un lugar a otro en una simple línea recta. Era en esas veces cuando más deseaba poder volar, volar por los aires, por encima del asfalto y ver de arriba las calles que nunca más tendría que pisar y recorrer de aquella manera tan inefieciente, arcaica y molesta. Pero ante la ficción de su deseo sólo le quedaba planear su recorrido. Y esta vez hizo lo mismo, caminando en línea recta cruzando la calle hasta la esquina en la que se suponía daría vuelta hacia la derecha. Cuando llegó a ella no viró como lo tenía planeado, sino que lo hizo al lado contrario, recordando que en la esquina contraria se encontraba un teléfono público y que tenía que llamar a su madre. Pensó en la trayectoria que terminó describiendo y le causó una molestia, seguida de una gracia que lo hizo sonreir de nuevo.
Llegó a la esquina poniendo primero su pie izquierdo en la acera. Se dispuso a acomodar su pie derecho junto al izquierdo al mismo tiempo que tomaba el auricular del teléfono público ubicado justo en la orilla de la acera de esa esquina. La cabina telefónica era dueña de su mirada así que no se pudo percatar del automóvil que se aproximaba a gran velocidad queriendo dar vuelta en la misma esquina en la que se encontraba. Se dio cuenta sólo cuando volteó a verlo y miró su sorpresa, miedo y enojo reflejados en el vidrio polarizado de la ventana. -¡Vergas!-, es lo único que se le ocurrió exclamar en voz alta mientras sus ojos seguían apuntando a donde mismo, pero ahora no encontraban su reflejo. -Vergas-, susurró ahora de manera más seria, recordando sus pensamientos de hace unos momentos, antes de que pateara una piedra que le hiciera volver a sus sentidos. Repasó en su mente el viaje subconsciente que había tenido mientras caminaba sin saberlo. Revivió, pues, la sensación de invulnerabilidad que lo cubría antes de patear esa piedra. Volvió a pensar que se puede ser inmortal por un momento, como el momento antes de patear esa piedra. Sintióse nuevamente una piedra inquebrantable, capaz de resistir cualquier cosa a sabiendas de su incapacidad para ser quebrada. Fue una piedra antes de patear esa piedra. Antes de verla yacer frente a él en pedazos y recobrar la consciencia. Se sintió esa piedra. Sintió que esa piedra era él.
Colgó la bocina del teléfono público. Por una extraña razón sintió que ya no era necesario llamar a su madre. Sus pies despegaron del suelo casi en el instante en que regresó su deseo por volar. Ahora probaba su concepto de volar y se elevaba cada vez más con sosprendente facilidad, a diferencia de los repetidos, grandiosos pero frustrantes sueños que había tenido, donde le costaba mucho trabajo tomar altura. Su cuerpo se llenó de una felicidad y una paz que desde sus talones llegaron a su cabeza para dibujarle una sonrisa intensa en su rostro, para después provocarle una risa intempestiva que lo hizo sacudirse. Recordó entonces su destino. -Vuelta a la derecha en la esquina-, dijo una voz en su mente. Giró en el aire hacia la esquina contraria mientras seguía elevándose cada vez más, pudiendo ver casi toda la ciudad y estando a la altura de los cerros más altos. Inclinó su cuerpo para avanzar y no pudo evitar mirar hacia abajo. Presenció con indiferencia la escena de un cuerpo partido a la mitad al lado de una, igualmente, partida cabina de teléfono y un hombre de rodillas con las manos en la cabeza frente a ellos. -Ja, pendejo- dijo, mientras sobrevolaba el paisaje. Se sintió ligero, se sintió ser nada, sintió, al ver por encima el asfalto, como si nunca más tendría que recorrer esas calles de aquella manera tan obsoleta.
-Ja... pendejo- dijo de nuevo, cuando de golpe en su mente entendió la conclusión de sus pensamientos. Su vida había sido un momento y él había sido inmortal toda su vida, hasta ese momento.
Caminó ahora conscientemente, recordando el lugar al que se dirigía. Después de unos pasos irregulares se detuvo, como guiado por una determinación inquebrantable, giró su cuello hacia atrás para revisar que no habiera quien lo viera, rápidamente separó un poco las piernas y con su mano tomó con sumo cuidado su pantalón en la parte de la entrepierna y jaló firmemente, al tiempo que doblaba levemente su cintura sacando sus glúteos hacia atrás. Un leve respiro de satisfacción le provocó una pequeña sonrisa. La trusa le estaba arremangando un huevo.
Continuó sus pasos casi de manera inconsciente, siempre pensando en la manera más corta de cruzar la calle, de llegar a cierto punto, de alcanzar la esquina. La esquina. Le gustaba trazar su camino en líneas rectas, minimizando de esta manera su trayectoria. Muchas veces se había quejado del trazado cuadricular de las calles, que le impedía llegar de un lugar a otro en una simple línea recta. Era en esas veces cuando más deseaba poder volar, volar por los aires, por encima del asfalto y ver de arriba las calles que nunca más tendría que pisar y recorrer de aquella manera tan inefieciente, arcaica y molesta. Pero ante la ficción de su deseo sólo le quedaba planear su recorrido. Y esta vez hizo lo mismo, caminando en línea recta cruzando la calle hasta la esquina en la que se suponía daría vuelta hacia la derecha. Cuando llegó a ella no viró como lo tenía planeado, sino que lo hizo al lado contrario, recordando que en la esquina contraria se encontraba un teléfono público y que tenía que llamar a su madre. Pensó en la trayectoria que terminó describiendo y le causó una molestia, seguida de una gracia que lo hizo sonreir de nuevo.
Llegó a la esquina poniendo primero su pie izquierdo en la acera. Se dispuso a acomodar su pie derecho junto al izquierdo al mismo tiempo que tomaba el auricular del teléfono público ubicado justo en la orilla de la acera de esa esquina. La cabina telefónica era dueña de su mirada así que no se pudo percatar del automóvil que se aproximaba a gran velocidad queriendo dar vuelta en la misma esquina en la que se encontraba. Se dio cuenta sólo cuando volteó a verlo y miró su sorpresa, miedo y enojo reflejados en el vidrio polarizado de la ventana. -¡Vergas!-, es lo único que se le ocurrió exclamar en voz alta mientras sus ojos seguían apuntando a donde mismo, pero ahora no encontraban su reflejo. -Vergas-, susurró ahora de manera más seria, recordando sus pensamientos de hace unos momentos, antes de que pateara una piedra que le hiciera volver a sus sentidos. Repasó en su mente el viaje subconsciente que había tenido mientras caminaba sin saberlo. Revivió, pues, la sensación de invulnerabilidad que lo cubría antes de patear esa piedra. Volvió a pensar que se puede ser inmortal por un momento, como el momento antes de patear esa piedra. Sintióse nuevamente una piedra inquebrantable, capaz de resistir cualquier cosa a sabiendas de su incapacidad para ser quebrada. Fue una piedra antes de patear esa piedra. Antes de verla yacer frente a él en pedazos y recobrar la consciencia. Se sintió esa piedra. Sintió que esa piedra era él.
Colgó la bocina del teléfono público. Por una extraña razón sintió que ya no era necesario llamar a su madre. Sus pies despegaron del suelo casi en el instante en que regresó su deseo por volar. Ahora probaba su concepto de volar y se elevaba cada vez más con sosprendente facilidad, a diferencia de los repetidos, grandiosos pero frustrantes sueños que había tenido, donde le costaba mucho trabajo tomar altura. Su cuerpo se llenó de una felicidad y una paz que desde sus talones llegaron a su cabeza para dibujarle una sonrisa intensa en su rostro, para después provocarle una risa intempestiva que lo hizo sacudirse. Recordó entonces su destino. -Vuelta a la derecha en la esquina-, dijo una voz en su mente. Giró en el aire hacia la esquina contraria mientras seguía elevándose cada vez más, pudiendo ver casi toda la ciudad y estando a la altura de los cerros más altos. Inclinó su cuerpo para avanzar y no pudo evitar mirar hacia abajo. Presenció con indiferencia la escena de un cuerpo partido a la mitad al lado de una, igualmente, partida cabina de teléfono y un hombre de rodillas con las manos en la cabeza frente a ellos. -Ja, pendejo- dijo, mientras sobrevolaba el paisaje. Se sintió ligero, se sintió ser nada, sintió, al ver por encima el asfalto, como si nunca más tendría que recorrer esas calles de aquella manera tan obsoleta.
-Ja... pendejo- dijo de nuevo, cuando de golpe en su mente entendió la conclusión de sus pensamientos. Su vida había sido un momento y él había sido inmortal toda su vida, hasta ese momento.
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