martes, 13 de abril de 2004

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¿Algo más pindejou? ¿algo más pindejou que tener una puta en tus piernas y respetarla? más pindejou que querer abrirle la puerta del carrou, regalarle unas rosas, intentar sacarla del supuesto infierno que vivía en ese burdel de segunda... ¿algo más pindejou...? Pues así o más pindejou era él.
Esa noche estaba narrando en su cabeza lo que estaba viviendo, pensaba en la mejor forma de contar literariamente sus experiencias. Mientras pensaba, pensaba: y piensa cómo contar su historia de la mejor manera, narrando sus pensamientos y descubriendo sus intenciones a la luz de las frases. Y el morro no entendía, no agarraba el rollou. Mejor se fueron del congal, partieron rumbo al ostión con la intención de ponerse bombos. Ya en el antrillou se sentía en un arrabal, como si hubieran entrado a otro burdel, tanto que intentó agarrar la nalga de una morra que pasaba a su ladou, por fortuna, demasiado pensamiento detuvo el movimiento, como casi siempre. Esa madre estaba llena, estaba hasta el culo (al que, por cierto, saludó), pura raza que no tenía el interés de conocer, conocidos que no quería ver, la noche, pues, no era pa socializar. Sentía que no terminaba por encajar en ese lugar, tanta gente casi siempre lo hacía sentir más solo. Se despidió de los compas. El cansancio que sentía fue su pretexto para caerle al cantón tan tempra. Se despidió con todo y abrazo, pues ya no los volvería a ver hasta las siguientes vacaciones, mañana partiría de vuelta en la serpiente enlatada que sube por los cerros (el camión). Salió del lugar, mirada gacha, evitando la posibilidad de un molesto encuentro con alguien conocido: detestaba los saludos de cortesía. Se fue caminando hasta su casa tratando de notar a nadie, pero tratando de que lo notaran. Siempre trataba, y si alguna vez tenía éxito no había manera de saberlo. Lo hacía porque deseaba que alguien tomara la iniciativa en su lugar. Nunca fue un hombre de iniciativas. Siempre se describió a sí mismo como una persona de segundas oportunidades. No volteó a ver las morras en bikini arriba de la camioneta, ni notó las parejas bailando en la calle al ritmo de la banda ni se percató de las nalgonas bailando la canción de "La mesa" en el techo de la Navigator blanca. No notó nada, no quería notar nada, queria su soledad en medio de la muchedumbre, quería su tristeza en el ombligo del derroche de alegría. Sentía otra vez la sensación de que estaría solo para siempre. Su actitud de valemadre, su actuación de "soyelmaschingondetodos". Sólo pretendía aparentar. Para él, parecía conseguirlo. Qué actuación. Hasta él mismo se la creía.
Pateó la única piedra sobre el adoquín de la calle desierta mientras seguía narrando en su mente: Casi brota una lágrima cuando pateó la piedra con la que, se había dado cuenta, era la única se podía indentificar: tan sola en esa calle tapizada de tantas piedras. Caminó un poco más para llegar a su casa, esperando no llegar, esperando no seguir en la calle, esperando que pasara algo, esperando no existir más, esperando no esperar nada. Y volvió a narrar en su mente y esto le molestó sobremanera. No había nada que pusiera tanta rabia en su ánimo que el hecho de pensar cuando no quería hacerlo. ¿Por qué seguir pensando? ¿por qué seguir lastimándose con sus reproches suicidas?. Buscaba paz, pero era todo lo que hacía: buscar. Al abrir la puerta de su casa ya no sabía qué ocurría primero, si las narraciones en su mente o las acciones en la realidad. ¿Era en su mente una narración o eran sus actos una dramatización de un libreto escrito en su cabeza?. La idea lo atormentó hasta el sueño, donde soñó que narraba su vida desde un palco en el cielo. Soñó que el muñeco de abajo ya no pensaba, sólo hacía lo que estaba escrito en el libreto de arriba.

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