martes, 31 de enero de 2006

La caja rosa. V

No, buscar una caja no sonaba estúpido; pero…¿buscar una caja para guardar los pensamientos? Eso sí parecía estúpido, sin embargo no quería herir sus sentimientos.

-No veo cómo se puedan guardar los pensamientos en una caja. No hay forma de materializarlos –repuso Oliver.

-No, no se materializan –dijo ella-; pero sí que pueden guardarse. Algunas personas compran diarios para escribirlos. Yo compro cajas para guardarlos.

Oliver no sabía qué pensar de aquella idea. Parecía una locura; pero lo puso a pensar. Él no hacía nada con sus pensamientos. Por lo general sólo pensaba en ellos durante un momento para después descartarlos. Sus pensamientos no eran de ninguna forma productivos, consistían en su mayoría en despreciar su vida y añorar algo faltante. Tal vez esa realidad podría ser más patética que la de Silvia. Al menos ella sabía qué hacer con sus pensamientos: los guardaba en cajas. Si por un momento los pensamientos se materializaran, los de ella estarían todos en cajitas mientras los de él estarían perdidos por toda la ciudad, encerrados en la cajuela y enterrados en su almohada. ¿Quién era él para juzgarla?

-¿Y por qué la urgencia de guardar un pensamiento? –le preguntó él, interesado.

Ella se sorprendió que él no la creyera una demente o que al menos le siguiera el juego. Sintió confianza en contestar.

-Acabo de terminar con mi novio –confesó-. Sin embargo, su recuerdo está siempre conmigo, y me hace miserable. No puedo concentrarme en el trabajo, no pongo atención por dónde camino, me la paso sentada en el sofá de mi casa pensando que él está al lado mío, incluso olvidé llevar el auto a reparar. Tengo que guardar los pensamientos que tienen que ver con él. Tengo que seguir adelante.

Su explicación era tan sencilla que tenía sentido. A la gente le costaba trabajo seguir adelante porque seguía pensando en el pasado. Aunque Oliver no acababa de entender bien cómo meter los pensamientos en una caja podría ayudar a seguir adelante. En ese momento, Oliver vio el gran edificio gris al que acudía cada día a trabajar. Empezaba a sentirse curioso por Silvia y su búsqueda de una caja; sin embargo tenía que trabajar. Cada quien debía seguir su camino. Aquello no era una amistad sino un favor que le había hecho a una desconocida.

-Silvia, ha sido agradable conocerte y te deseo suerte buscando tu caja –dijo Oliver muy formal-. He llegado a la oficina, así que me temo que es lo más lejos que puedo llevarte.

-Es perfecto –dijo ella agradecida-. Caminaré desde aquí, nunca se sabe dónde puedo encontrar lo que busco.

Silvia sacó sus lentes de sol de la bolsa y se los puso mientras Oliver orillaba el auto para que ella bajara. Se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta al momento que volteó hacia Oliver.

-Gracias, Oliver. Que tengas un buen día en el trabajo.

-Nunca son buenos, pero gracias –le contestó él.

Ella salió del auto y cerró la puerta. Sabía que no volvería a verla. Era la primera vez en años que sentía que en realidad se había conectado con alguien y ahora ella salía de su auto y él iría al trabajo, a decirles a los demás qué estaba bien y qué estaba mal sin saber todavía qué faltaba en su vida. Volvió la sonrisa pesimista, al saber que nada bueno pasaría de ahora en adelante. Justo cuando se disponía a arrancar, creyó tener un dejá vu. Silvia estaba ahí, saludándole de nuevo. Oliver bajó la ventana.

-Estaba pensando –le dijo ella-, ¿quisieras acompañarme a buscar la caja?

Oliver no sabía qué contestar. Hace unos instantes había pensado que no volvería a ver a Silvia en su vida, y ahí estaba ella, invitándolo a acompañarla.

-Tengo que ir a trabajar –le contestó.

-¡Vamos! –le dijo ella insistente-. ¿Vas a decirme que eres indispensable en tu trabajo? ¿Qué si no vas tú nadie sabrá que hacer y todo será un desastre?

No, probablemente no. Nunca había faltado al trabajo, lo que lo hacía pensar que era de alguna forma importante para la compañía; pero ahora que lo pensaba, nadie era importante ahí. El presidente de la compañía ni siquiera los conocía. Si alguien fallaba, lo despedían, así de simple, sin importar que nunca hubiera faltado. A lo sumo, cuando llegara a la oficina al día siguiente, lo esperarían más papeles que de costumbre en el escritorio. Tal vez ésa era la oportunidad que estaba esperando. Tal vez haciendo algo diferente, buscando en otros sitios, encontraría lo que le faltaba. Se sintió como un estudiante escapándose de clases, emocionado de hacer algo que se supone no es debido.

-Voy a estacionar el auto a la vuelta de la esquina.

Arrancó y creyó ver a Silvia dando un pequeño brinco de alegría. Dejó el auto estacionado a escasas cuadras de la oficina. No le preocupó siquiera que alguien del trabajo lo viera encontrarse con una pelirroja mientras se suponía debía estar trabajando. Ella lo alcanzó enseguida.

-¿Tienes idea de por dónde empezar a buscar? –preguntó Oliver.

Silvia negó con la cabeza.

-Parte del encanto es mirar hacia todas partes –le dijo-. A veces, volteamos a donde jamás lo haríamos, y encontramos cosas que no esperamos ver.

Oliver sonrió incrédulo ante esta declaración; pero queriendo tratar de creerla también. De pronto regresó a la idea de que estaban vestidos con los mismos colores. Esta vez no le importaba lo que pensara la gente. Incluso la idea de que pudieran creer que eran una pareja le causó un secreto entusiasmo. Nunca había sido bueno en las relaciones amorosas, así que el que lo vieran caminando con una mujer, vestidos con atuendos que hacen juego, como si fueran la pareja ideal lo hacía sentirse realizado y satisfecho. Sabía que era una ilusión; pero el que los demás pudieran pensarlo lo hizo sentirse menos mal consigo mismo.

Silvia platicaba haciendo muchos aspavientos. Contaba de cómo había encontrado anteriormente cajas para sus pensamientos. Para otro ex novio, por ejemplo, a quien le gustaban los autos, había encontrado en la basura una caja vieja de batería para auto. Sacó la batería y guardó los pensamientos del ex novio en la caja. También tenía una caja para la vergüenza. Ahí había guardado el pensamiento de que todos en el trabajo habían visto aquel agujero en su pantalón que ella descubrió hasta llegar a casa en la noche.

-Y las cajas –se preparó a preguntar Oliver, ya intrigado con la conversación-, ¿deben ser de cierta forma o color específico?

-Depende –le contestó ella.

-¿De qué?

-Si es un pensamiento que quiero olvidar o recordar –dijo ella muy seria.

Aunque quería entenderla, no podía. Silvia era tan distinta a él y a todas las personas que conocía que le costaba trabajo pensar que era real. Tal vez en su decepción de la vida la había inventado para entretenerse. Si otra persona le hubiera contado que guardaba sus pensamientos en cajas, la hubiera creído loca. A Silvia no la consideraba una loca; al contrario, cada palabra que salía de su boca estaba llena de un significado y sentido al que el jamás había siquiera aspirado en su vida.

El viento parecía soplar más fuerte entre los edificios. Sacudía el cabello de Silvia como si éste quisiera seguir los ademanes de sus manos. Sus ojos de nuevo se veían rojizos. Habían caminado unas cuantas cuadras hacia el poniente sin visitar ninguna tienda ni detenerse en alguna parte.

-¿Qué tipo de pensamientos vale la pena recordar? –preguntó Oliver.

-Muchos –contestó Silvia-. A menudo tienen que ver con mi familia. Como el cumpleaños de mamá. Tengo que ponerlo en una caja especial, de la que lo pueda sacar con facilidad para acordarme de llamarla.

Oliver escuchaba sin decir nada, pero saboreando cada palabra.

-Hay muchos pensamientos más que vale la pena recordar –continuó ella-. Los amigos, los buenos momentos, las cosas que uno ha hecho bien. A veces siento que mi vida carece de sentido y es entonces cuando tengo que recordar algo bueno.

La atención de Oliver se despertó al escuchar aquello. Constantemente creía que su vida carecía de sentido, mas nunca encontraba algo bueno en qué pensar. Comúnmente seguía ahogándose en el absurdo hasta que terminaba dormido o medio ebrio y sólo esperaba que amaneciera para volver a tener algo qué hacer, fuera lo que fuera.

-¿Algo bueno? – preguntó Oliver pensando en voz alta-. Es tan difícil pensar en algo bueno cuando hay tantas cosas malas.

-Por supuesto que es difícil –le contestó-. Es por eso que siempre trato de deshacerme de esos pensamientos. Hay cosas que no ayudan en nada, sólo son un estorbo, es por eso que las encierro en algún lugar donde no puedan regresar.

Ella entendía a Oliver pues muchas veces se había sentido así. Con su mano, intentó tocar la de él, pero la detuvo el temor de que aquel gesto pudiera ser demasiado personal, así que sólo tomó su muñeca. Oliver se estremeció un poco y Silvia pensó que había sido buena idea no tocar su mano. Él no estaba acostumbrado a que los demás lo tocaran; pero no le molestaba que ella lo hiciera. Por un momento, se sintió aliviado de descartar la idea de que Silvia no fuera real. No sabía bien como reaccionar ante ella y eso lo ponía notablemente nervioso.

Silvia parecía muy apenada y retiró la mano, desviando la vista y tratando de retomar la conversación. Mientras pensaba en una forma rápida de regresar a la conversación, unos dedos fríos impidieron que su mano izquierda entrara en el bolsillo de su saco. Oliver, en un momento impulsivo y tan sorpresivo para él como para ella, había entrelazado sus dedos con los de Silvia y dirigía su brazo más hacia su cuerpo. Silvia se quedó atónita un momento, y después volteó a verlo y le sonrió.

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