jueves, 26 de enero de 2006

La caja rosa. I

Había amanecido de nuevo. Otro día, otro despertar sin saber a dónde había ido la noche y qué había hecho con ella. Siempre dejaba la ropa que se pondría sobre una silla vieja al lado de la cama. Ver la ropa, tendida ahí, ridícula sin vestir a nadie le hacía volver a la realidad. El pantalón oscuro, la camisa verde y la corbata, indicaban que era un día de trabajo. ¿Qué el fin de semana nunca llegaba? Más bien se iba tan rápido como las noches y dejaba en la boca el sabor de la inexistencia.

Oliver salió aún anudándose la corbata pero echó una ojeada al cielo, con la certeza de que sus dedos habían anudado tantas corbatas que no necesitaban la supervisión de sus ojos. El amanecer era rosa. Una sonrisa se apoderó de él. No era el tipo de sonrisa optimista sino el peor tipo: la sonrisa pesimista. Cuando uno empieza a sonreír en esos casos es indicio de que ha acabado por encontrarle un cierto amor al pesimismo porque nunca lo defrauda. Recordó lo que la gente entiende por ver la vida de color de rosa. Ahí estaba él, viendo la vida color de rosa en el más literal de los sentidos y sin embargo, no le quedaban esperanzas para pensar que aquéllo era señal de que algo bueno iba a pasar. El rosa definitivamente estaba sobrevaluado.

Tampoco manejar le costaba esfuerzo de concentración, al menos no cuando conducía hacia el trabajo, así que en esos momentos se daba tiempo de pensar. Hacía mucho ya que había estado buscando algo y no sabía qué era. Algunos buscaban aventura, otros, amor; otros poder. Todos tienen sus razones para buscar lo que buscan. Él también tenía una razón: algo le faltaba. El problema es que cuando no se sabe qué es lo que falta es muy difícil encontrarlo.

Su problema había sido caminar sin rumbo por mucho tiempo. Evidentemente había llegado a un lugar; pero no sabía a dónde o qué representaba. Así que ahí estaba. Toda su vida era ese lugar al que llegó por azar, por caminar sin rumbo. No era raro que en ese lugar vivieran más personas perdidas al igual que él. Al menos, su teoría era que el reciente aumento en el índice de suicidios se debía a que estas personas perdidas por fin habían encontrado aquel lugar donde deberían estar.

El suicidio no era algo que le pasara por la mente; pero entendía casi siempre a quienes lo cometían. La idea de morir le dio escalofríos. Oliver simpatizaba más con la idea de dejar la gran ciudad para irse a vivir en algún lugar tranquilo y pequeño, otra nueva tendencia de los últimos años. De todas formas, había una razón por la que seguía en esa gran ciudad y por la que seguía avanzando en las páginas de su vida aún sin entender muy bien de qué se trataba su historia.

Algo le faltaba. De alguna manera sabía que no podía morir hasta no saber qué es lo que buscaba y sabía que una vez que lo encontrara, no querría morir para no dejarlo. Así que sin saber mucho más, aquello que buscaba era la razón de su existencia, lo tuviera o no.

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