jueves, 26 de enero de 2006

La caja rosa. II

El tráfico estaba terrible. Filas y filas de autos transitaban lentamente hacia sus destinos. El parabrisas estaba algo sucio. Al parecer, las pocas gotas de agua que cayeron durante la noche no hicieron más que embarrar la tierra acumulada de varios días. El semáforo acababa de cambiar a rojo. Se le había acabado el líquido limpiaparabrisas. Aquello no le resultaba tan molesto, de hecho, le provocaba una sonrisa. La sonrisa pesimista.

Mientras buscaba algún trozo de papel para limpiar el parabrisas él mismo, el sonido de golpes lo hizo voltear a la ventana. Una mujer de lentes oscuros con una pañoleta sobre la cabeza golpeaba el vidrio del lado del copiloto y saludaba alternadamente, en espera de una respuesta. Probablemente se trataría de alguna vendedora o una voluntaria de la Cruz Roja buscando donativos. Tratar de ignorarla parecía inútil, ya que ella seguía saludando, como si estuviera segura de que él respondería.

Como si no le quedara opción, bajó el vidrio. Fue como si abriera una puerta en ese mundo aislado en el que habitaba dentro de su propio auto. Los ruidos del exterior empezaron a introducirse en aquel pequeño espacio y a rebotar por sus rincones, haciéndose aún más evidentes y molestos. También se dio cuenta del fuerte viento que soplaba afuera, y cómo éste sacudía la pañoleta de aquella joven mujer, que ya sin el vidrio entre ellos, aparentaba tener menor edad de lo que en un principio le pareció.


No se trataba de una vendedora ni una voluntaria de la Cruz Roja. Aquella joven pedía algo mucho más complicado.

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