miércoles, 3 de agosto de 2005

Tormenta en el ranchou.

Ayer llegó mi sisterna y tal acontecimientou ameritó que después de la recepción modesta pero injundiosa en el aigropuertou nos jaláramos las greñas pal ranchou pa la respectiva tragazón de bienvenue.

Pos además de tragar acá machin, en el ranchou no existen muchas actividades recreativas por hacer, por lo que no es ninguna sorpresa que el pueblou esté lleno de borrachos, drogadictos, mitoteros, promiscuos y jotos. Éstos últimos juegan un papel muy importante no sólo pa cortar el cabellou a toda la gallada sino también en las condiciones climáticas de la región.

Después de echarme todas las novelas de la tarde (Piel de Otoño cada vez se pone más buena, pero no más buena que la nueva conductora de VidaTV: la tal Jackie tá más buena que el agua de horchata) salí a la banqueta a mitotear con mi amá. De pronto el pinchi cielou se empezó a nublar bien cabrón, con unos vientos retejuertes y unos nubarrones prietos como mis huevos y con un putero de rayos que más bien parecía que había un grupo de fotógrafos trepados en las nubes que estaban tomandou un chingo de fotos pa allá pa abajou. Era casi obvio: se iba a dejar venir la lluvia. Pero entre la sabiduría del pueblou, donde parecen haber cosas que uno no se explica cómo chingados la saben estos hueyes, había incredulidá, escepticismou y un tanto de negación con respectou a que si se iba, o no, a dar la tormenta. Las múltiples ocasiones en las que se ha nubladou, relampagueadou y hasta tronadou sin que hubiera ninguna pinchi gota de agua alimentaban este escepticismou.

De prontou se oye, de un sabio ciudadanou que reposa en la esquina del super donde compra su ballenas toda la tarde, un gritou de alarma que se hace llegar a todos los vecinos de la vecindad vecina de por ahí, el cual determinaba tajantemente el destinou de aquella tarde ufana:

"Ira, no va a llover, ¿sabes por qué?,

porque hay dos jotos parados

ahí en la puerta de con Cristino...

y hasta que no se vayan

no va a caer niuna gota de agua."

La frase de "Por eso no llueve..." cada vez que se divisa un joto develó ahí mesmou el misterio de su origen. Lo cual es una leyenda urbana (bueno, no urbana, pueblerina), ya que de ser esto verdad, no habría llovidou en ese pueblou desde tiempos inmemoriables. Por lo menos, desde lo que tiene ahí el pinchi cura del pueblou, que es el joto más viejo que conozcou.

Pero buenou, no sé si estos jotos oyeron tan cruda aseveración y decidieron meterse pa'dentro del cantón de con Cristinou porque en unos cuantos minutos después de la falsa profecía se dejó venir unas gotas enormes impulsadas a gran velocidá por fuertes vientos que movían rápidamente los negros nubarrones, los cuales, apresurados por el aire, escupían relámpagos cegadores y truenos ensordecedores. De un momentou a otro se hizo noche y el agua azotó las calles haciendo correr a la incrédula gente que permanecía fuera, pagando así el precio de su escepticismou ineptou. Total que cayó un pinchi aguacerou de la chingada y las calles todas inundadas y el pinchi aigronazou tumbando árboles y la verga. Fue un bonito espectáculou. Mientras mi amá decía "Ay qué feo" y ponía cara de miedo con cada rayou que iluimaba el cielo, yogurt decía "Qué chingón" y ponía una cara de pindejou por la excitación (sí, la excitación, invariablemente, te hace poner una cara de pindejou).

Ya en la noite, cuando el agua pareció calmarse, llegó un cabrón que mostraba cierta duda en su rostrou, una duda que parecía haber sidou alimentada por la continua reflexión que sólo puede ofrecer un camino largo y sin sorpresa alguna, el cual se recorre día con día y que, sólo en la eventualidad de un sucesou como la tormenta acabada de pasar, presenta una razón para cuestionarse sobre cosas de carácter vanal e insignificante:

-"Oiga, ¿cómo le hicieron pues?"- Preguntó con la mirada extrañada.

-"¿Pa qué?"- Contestó alguien casi con la misma extrañeza.


-"Pos ¿cómo le hicieron pa traer tantos camiones?, ¿o echaron varios viajes o

qué?"- volvió a cuestionar el misterioso hombre.


-"¿De qué hablas, muchacho? ¿camiones pa qué, ombre?"- Respondió otro con

una intriga mayor a la del hombre inquisidor.


-"¡¡¡Pos pa llevarse a toda la bola de jotos de

Concordia, ombre!!!, ¿qué no ven el pinchi aguacerazo

que cayó?"




Una fuerte risa al unísono se hizo presente en el recintou de mi amá, escenario de la discusión, mientras afuera la lluvia agonizaba bajo el cielo negro y la gente ahora salía de su refugio para hacer, de la tormenta, el recuento de los daños.

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