miércoles, 15 de febrero de 2006

Las flores amarillas.

Hoy me encuentro inmerso entre mis poemas. Enredado en mi inspiración. Traspasando sentimientos. Inundado de confusión.

El amor puede ser un juego, pero yo no lo quiero jugar. Para mí es un instinto, que a pesar de razonarlo, siempre será involuntario e incomprensible para mí, como un reflejo. La inspiración es un sentimiento, no es una persona. Es el sentimiento provocado por la persona que inspira, la persona que te hace sentir. Las palabras materializan el sentimiento (por más complicado que esto pueda ser) no la persona. La palabra es una emoción entintada y plasmada, extirpada con el fin de aligerar la carga del interior.

No sé si es el corazón el órgano responsable del amor y sus efectos. Pero una vez sentí un fuerte dolor en el pecho, cuando pensé que ya no te iba a volver a ver. No sé si alguien pudiera realmente volverse loco a causa del amor. Pero una vez ví tu cara en todas las cosas y te confundí con todas las personas y relacioné todo lo que escuché contigo y pensé que nunca más podría ser capaz de pensar en otra cosa que no fueras tú.

Hoy no sé si dedicarle un poema. Aquél que escribí cuando lo que siento ahora lo sentía por otra persona. Pero si la inspiración no es la musa sino el sentimiento que provoca, el poema es del sentimiento y no de la musa en sí. Por eso no es que dudo, sino por el hecho de jugar mis emociones bien. Hay cosas que no podrán ser como yo las idealizo. Una de ellas es que el camino del amor no es una carretera amplia y recta, sino un pasaje lleno de veredas escondidas en medio de un frondoso bosque nocturno. Y, al parecer, eso es algo que tendré que aceptar.

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sábado, 11 de febrero de 2006

Sin más ni más.

Últimamente no he tenido ganas ni de escribir qué pedou con mi cotidianeidad, de hecho ya ni leo blogs ni pongo mensajitos en los tags de los demás. Ando apáticou.

Puede que se oiga muy mamión pero ya van varias veces que sueño que andamos, jajaja. Chiale, lo siento como esos sueños en los que pasan cosas muy normales y que al despertar no recuerdas si lo soñaste o lo viviste, porque sueñas cosas relacionadas con lo que viviste. Pero bueno, me despierto con esa incertidumbre pero luego luego se me va, al razonar que si fuera cierto, yo lo sabría!.

Los sueños anteriormente descritos no son tan losers como pudieran parecer a primera vista (nomás un poquitou...) porque no es así como que "el sueño es que yo andaba con Ella", nooo, el pedo es que sueño que pasan cosas, que hacemos algo acá normal pero que yo sé, en el sueño, que los dos andamos. Bueno, es algo así, pero pos... se siente chilo.

Vértebra, este pinchi post se trataba de poner una pendejada y terminé hablando de Ella, chiaale, ya me está preocupando esta situación. Pero bueno, olvidemos que he escrito todas esas joterías y pasemos a las pendejadas propias de este post sin sentido ni propósitou.



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Me lo mandó un compa holandés y no... no sé de qué vergas se trata el anuncio. Por ciertou, no sé a qué fiesta ir. Hoy es cumple de un compa y hay carne asada, tistou y demás tragazón en su cantón. Ayer fue cumple de otro compa de maza y ahora pinta pa que sea una peda profesional como sólo nosotros sabemos hacerlou. Al de maza pos lo conozco desde la secu y pos toda la raza es compa de ahí. Al otro huey me llevo con él pero no muchou, y conozco nomás como a 3 hueyes de los que van a estar ahí, peeeeeero, pos el tisto y la traga son de a grapa, a diferencia del otro conbebio donde todos somos unos foráneos piojosos y ávidos de alcohol. Chingada madre, en toda la pinchi semana no hubo nada, y ahora que hay, hay al mismo tiempou!!. Vergas, no me gusta pero tengo que decidir rápidou porque ya me está dando hueva y aparte ya comenzó el partido de fúbol y esos son síntomas que pronostican una noche de viernes dormido a las 10 de la noche. Esperemos que el pronósticou sea como el del clima de aquí de Mty: QUE NUNCA LE ATINAN!.

Sobres pues, a ver qué pasa. Noticias, luego. Por ahora, ¡¡¡a la party!!!.

lunes, 6 de febrero de 2006

Jelou

Pos qué pedou, yo aquí todavía recuperándome de una mega peda y desvelada en Real de Catorce. Muy a toda madre el pedou, tuvimos la posibilidad de probar nuestras habilidades aventureras. Conocimos varia raza extranjera pero sobre todo regias, chilangas y francesas/belgas.

La neta el post de la crónica será en otra ocasión porque orita me embarga la hueva como pocas veces y no sé qué vergas hacer para que no pase de embargues.

Por lo prontou sólo quiero decir que el cuento que me he tomado la libertad de segmentar en los posts anteriores no es de mi autoría. Pertenece a una amiga que fue muy chingón de su parte regalármelo en mi cumpleaños. Gracias, Len. El título sí es mío, jaja. Todo lo demás es de ella y, debido a que me identifico mucho con el personaje y su situación y su sentir, pues decidí ponerlo aquí en el blog, que no había tenido una cosa así de buena desde que... empezó, jajaja.

Bueno, ya con esta me despidou, no sin antes presentar algo que también es de la autoría conjunta de Len y yogurt. Lo escribimos una vez que estábamos por entrar al cine y quedó más chilo de lo que había esperado y creído. Me gusta más porque también me hace pensar en Ella y porque este puede ser, sin proponérmelo, el primer poema que le dedico.


No me atrevía a descubrir que el aire

se pone más denso frente a tus labios

cuando respiras y una bocanada tuya

produce que se rompan en mitades perfectas

y se diluyan en un suspiro todas esas palabras

que no podemos decirnos.

jueves, 2 de febrero de 2006

La caja rosa. VII

Una vez instalados en el interior del vehículo y que éste empezó a andar inició lo que sería la conversación de despedida.

-¿Qué harás mañana? –preguntó Silvia-. ¿Regresarás al trabajo?

Oliver asintió.

-¿En verdad te agrada lo que haces? –lo cuestionó Silvia.

Oliver negó con la cabeza.

-La verdad es que sólo llegué hasta ahí siguiendo el rumbo lógico de las cosas –le contestó.

-Lógico y fácil –agregó ella.

-¿Qué me sugieres?

-Nunca es demasiado tarde para empezar –le dijo Silvia-. Puedes hacer algo que en verdad te guste, y hacerlo bien desde el principio.

Oliver rió. Silvia tenía el don de hacer que las cosas parecieran mucho más fáciles de lo que en verdad eran.

-¿Y qué debo hacer con todo esto? –preguntó Oliver- ¿Meterlo en una caja?

-Búrlate, si quieres –le contestó Silvia, arqueando una ceja-; pero podría funcionar.

-¿Y tú? –preguntó Oliver-. ¿En verdad te gusta lo que haces?

-Estoy bastante satisfecha –dijo ella-. Por ahora…

-Deberías abrir tu propio negocio –sugirió Oliver-. Puedes diseñar y vender cajas para guardar pensamientos.

-¿Y quién las comprará? –preguntó entre risas Silvia- ¿Tú?

-Búrlate, si quieres –contestó él-; pero tal vez lo haga.

Silvia miró con sus ojos el cielo pálido que precede al atardecer.

-Pensándolo bien, no es una mala idea.

Al poco tiempo regresaron al lugar donde Oliver había visto a Silvia por primera vez en aquel semáforo que ahora estaba en verde. Silvia vivía a una cuadra de ahí en un edificio de departamentos. Oliver la llevó hasta la entrada y detuvo el auto.

-Creo que aquí termina. Hemos llegado –dijo Silvia señalando el edificio y después se volvió hacia Oliver-. Muchas gracias por todo Oliver. Ha sido todo un gusto conocerte.

Oliver creía que debería ser él quien le agradeciera a ella por ese día. Hacía mucho tiempo que no tenía un día así, en el que sintiera la valentía de dejar a un lado la rutina por hacer algo diferente y en verdad disfrutar cada minuto.

-¿En qué piensas? –le preguntó Silvia.

Oliver despertó de su trance y miró a Silvia con ternura.

-En que ya es suficiente.

Silvia sonrió y entendió que hacía referencia a lo que ella había dicho horas antes. Le daba gusto ver el cambio que había surgido en él y pensar en que ella había tenido algo que ver en eso la hacía sentirse orgullosa de sí misma. Se miraron un gran rato y ella acarició la cara de Oliver mientras pensaba que no quería abrir la puerta del auto, pero tendría que hacerlo tarde o temprano. Afortunadamente, Oliver creó una nueva excusa para posponer ese momento cuando se acercó a ella para besarla.

Sus labios, glaseados de color rosa, estaban fríos; pero eran dulces, tal como él había pensado. Así quería sentirse por el resto de su vida. No tenía nada que ver con tener un buen trabajo o con encontrar el amor verdadero. Era algo más allá, más pequeño, aunque tal vez más grande. Acariciaba el cuello de Silvia y por un momento la sujetó de la nuca sin intenciones de dejarla ir; pero poco a poco la fue soltando. Acomodó el cabello de Silvia detrás de su oreja, lo cual en su opinión la hacía verse, si era posible, más hermosa.

Había un rasgo de melancolía en la mirada de Silvia cuando por fin se decidió a abrir la puerta del auto.

-¿Volveremos a vernos? –preguntó Oliver, que aunque sabía la respuesta a su pregunta, no se perdonaría quedarse callado.

-Creo que tienes que arreglar algunas cosas primero –le contestó Silvia.

Ambos sonrieron. Ella salió del auto y él la siguió con la mirada. No alcanzó a dar dos pasos cuando regresó y se asomó por la ventana del auto. Oliver bajó el vidrio y se inclinó hacia ella.

-Quiero darte algo –dijo Silvia extendiéndole la mano.

Oliver tomó la caja metálica que Silvia había comprado y la miró extrañado.

-¿Estás loca? –le preguntó-. Todo empezó porque necesitabas urgentemente comprar una caja. ¿Por qué ahora me la das?

-Ya no la necesito –le contestó ella-. Creo que podría servirte más a ti.

Oliver le agradeció el detalle.

-Aunque… -dijo Silvia- ¿Podría quedarme con la pimienta? Creo que se me ha acabado.

Ambos rieron y Oliver sacó el pequeño frasco de la pimienta del interior de la caja y se lo entregó a Silvia.

-¿No vas a meterme a mí también en la caja, verdad? –preguntó Silvia.

-No –le contestó Oliver-. A ti te guardaré en una cajita color rosa, como esta mañana.

-Me gusta ese color –dijo Silvia muy satisfecha.

-Lo sé.

-Adiós Oliver.

-Adiós Sisi.

Esa mañana no había ropa en la silla vieja. Oliver se levantó después de dormir tan sólo por tres horas. Había pasado toda la noche empacando sus pertenencias en cajas de cartón. Sólo tomó un café y se acomodó el cabello con un poco de agua. Traía puestos los mismos pantalones de mezclilla y camiseta azul del día anterior, pues era lo único que quedaba sin empacar.

Salió a la calle. Todavía no salía el sol. Si tenía suerte, alcanzaría a salir de la ciudad antes de quedar atrapado en el tráfico por al menos media hora más de lo que tenía planeado. Un día antes dejó su renuncia firmada en el escritorio de su jefe tal como éste se lo había pedido. La renta del mes ya había sido liquidada y los servicios cancelados.

Subió al auto. El asiento trasero y el maletero estaban repletos de cajas de cartón. Un camión de mudanzas pasaría más tarde a recoger las cajas más pesadas y los muebles que quedaron en la casa. Se acomodó en el asiento y se puso los lentes oscuros sobre la cabeza para no tardar en encontrarlos cuando saliera el sol.

Pudo salir de la ciudad sin complicaciones. La carretera estaba limpia y despejada. Prefirió conducir con la ventana abierta a encender el aire acondicionado. No le importaba despeinarse o ensuciarse con el polvo que levantaba el camino. Tomaría un baño cuando llegara. No solía escuchar música al conducir, mucho menos cantar; pero ahora lo hacía.

Sin descuidar la atención al frente, alcanzó con la mano una de las cajas en el asiento trasero y sacó una bolsa de plástico. Dentro estaban la caja marrón con borde dorado y una pequeña caja de madera pintada color de rosa. Oliver sonrió; pero no como acostumbraba sonreír. Estaba aprendiendo a esbozar una sonrisa optimista. Tomó la caja metálica y la observó por un momento; después la tiró por la ventana y se olvidó de ella.


FIN

miércoles, 1 de febrero de 2006

La caja rosa. VI

-¿Quieres sentarte un momento? –le preguntó Silvia, señalando con la vista una banca en la acera.

Juntos se sentaron y por un momento no dijeron nada.

-El problema es dejar las cosas inconclusas –dijo Silvia.

Oliver no sabía muy bien de qué estaba hablando; pero ella continuó antes de que él pudiera preguntarle.

-Cuando algo queda inconcluso; la mente trata de encontrarle un final –le explicó-. Por eso te pasas las noches despierto, pensando en todo lo que está mal, en lo vacía que es tu vida. Por eso te despiertas y no sabes qué hacer más que lo que dicta la rutina. Por eso no disfrutas las fiestas, ni la comida, ni la compañía de nadie, incluso la tuya.

-¿Cómo sabes eso? –preguntó Oliver.

-Porque no eres el único que se ha sentido así.

La idea de que no era el único no lo hacía sentir mejor en absoluto, pero la idea de que ella lo entendiera, sí. Con su dedo pulgar acariciaba el de ella y se preguntaba por que no todos los días pudieran ser como ese. Le amargaba la idea de que ella se iría y que él regresaría a la rutina y todo perdería sentido de nuevo. Tampoco tenía fuerzas para luchar porque ella se quedara porque sabría que no duraría. Nada duraba.

-Todos cometemos errores Oliver –le dijo ella-; pero si no los enfrentamos nunca podemos hacer las cosas bien. Los errores son para aprender de ellos y continuar con algo nuevo.

-¿Algo nuevo?

-Algo que te guste, algo que disfrutes. –explicó Silvia-; pero para eso necesitas dejar atrás tus dudas.

Silvia lo miraba fijamente; pero los ojos de él estaban perdidos en el cielo. Sus dedos seguían entrelazados; pero ella notó que los de él ya no estaban fríos como antes. De pronto, él se volvió hacia ella como queriendo encontrar respuestas a todas esas preguntas que se hacía.

-¿Cómo lo hiciste? –le preguntó- ¿Cómo metiste un pensamiento en una caja y no permitiste que saliera.

La mirada de Silvia se volvió triste y él sintió como apretaba su mano contra la suya.

-Decidí que ya era suficiente.

El viento empezó a soplar más fuerte y frío y notó que Silvia era sacudida por un escalofrío. No sabía si fue debido al viento o a las emociones que despertó en ella el recordar aquellos pensamientos que habían estado guardados mucho tiempo. Cualquiera que fuera el motivo, él no tuvo más que abrazarla y sentir cómo se iba calmando en sus brazos. Oliver se sintió bien de poder reconfortarla, se sintió fuerte y útil para algo más que para encontrar errores en la contabilidad de alguna empresa desconocida.

Cuando se separaron, él le quitó los cabellos de la cara y levantó su barbilla con la mano.

-Creo que aún tienes una caja que buscar –le dijo él, sonriendo.

-Sí, es verdad –dijo ella y soltó una pequeña risa.

Se levantaron de la banca y continuaron caminando hacia el poniente. Platicaban como si se conocieran desde años atrás. Entre risas y bromas se acercaban y alejaban constantemente el uno del otro. Oliver no volvió a intimidarse ante el contacto físico con ella, e incluso no titubeaba en tomarla de la cintura y atraerla hacia él. Encontró la mirada de una mujer extraña que parecía decir que eran el par de locos enamorados más adorable que había visto y le gustó.

De pronto, Silvia se detuvo en seco y le brillaron los ojos al ver una pequeña caja metálica marrón con borde dorado que se exhibía en un aparador.

-¿Ésa es? –preguntó Oliver.

Ella asintió con la cabeza y lo jaló al interior de la tienda. Un hombre muy formal estaba a cargo e inmediatamente se dirigió a ellos para atenderlos. Iba a presentarse y a preguntarles si podía mostrarles algo, cuando Silvia lo interrumpió.

-Quiero esa caja –dijo señalándola con el dedo.

El hombre se dirigió al aparador, tomó la caja y regresó con ella al mostrador para enseñársela a Silvia.

-Éste es un especiero en miniatura –dijo el hombre-, contiene nueve pequeños frascos con diferentes especias. Aquí está la pimienta, comino, laurel…

Ella impidió que el hombre siguiera con la demostración y sacó todos los frascos del interior de la caja. La tomó en sus manos y la vio por todo ángulo. Después, miró a Oliver, muy satisfecha.

-Es perfecta –dijo, y después se volvió hacia el encargado-. Quiero comprarla.

El encargado estaba un poco confundido y trató de explicarle una vez más a Silvia que aquella no era una caja sino un especiero en miniatura y le mostraba todos los pequeños frascos con sus etiquetas. Como todo buen vendedor, encontraba las palabras precisas para describir cada cosa y resaltar su gran valor, y todo lo hacía mientras con cuidadosos movimientos de su mano izquierda procuraba que ningún cabello en su cabeza estuviera fuera de su lugar.

Silvia, tratando de ser todavía amable, manifestaba una y otra vez al encargado que no necesitaba un especiero, sólo la caja. Era claro que el encargado no entendería jamás, y Oliver hizo señas a Silvia de que le siguiera la corriente y comprara el especiero, con frascos y todo, después de todo, ya estaban incluidos en el precio. Silvia suspiró, dándose por vencida, y por fin accedió a comprar el especiero. Todavía le tomó un momento más al hombre empacar el especiero, meterlo en una bolsa y cobrar. Oliver insistió en pagar, pero Silvia no lo dejó.

-Creo que ya te he molestado suficiente el día de hoy –le dijo.

Oliver sonrió tratando de decirle que no era verdad. Ese día había sido por mucho, el más interesante en su vida desde hacía mucho tiempo. Salieron de la tienda muy contentos con la bolsa en mano e instintivamente caminaron en dirección opuesta al auto. Al pasar frente a un restaurante de comida china Oliver la invitó a comer. Silvia aceptó.

Se sentaron en una mesa con vista a la calle y se reían al recordar al encargado de la tienda.

-No puedo creer que le cueste tanto trabajo reconocer que sólo necesito una caja y no un especiero –decía Silvia-. Si le hubiera dicho que la quería para guardar un pensamiento seguramente habría llamado al manicomio.

Oliver rió y recordó cómo hacía unas cuantas horas él mismo había considerado que Silvia estaba demente. Ahora le parecía tan normal verla levantar las manos y las cejas para acompañar cada palabra que hasta temía haber enloquecido también. Verla a ella era ver todo lo que le faltaba. No le faltaba una mujer, le faltaba una razón para vivir. Se daba cuenta que aquello que le había faltado todo este tiempo hacía la diferencia para que dos personas tan parecidas como Silvia y Oliver fueran tan diferentes.

Estar con ella creaba la ilusión de que todo estaba bien, de que su vida estaba completa. Pero Silvia no le pertenecía. Para completar su vida necesitaba arreglar lo que en verdad era suyo: esa masa de pensamientos ambulantes y sin orden que día tras día y noche tras noche lo perseguían.

-Me hubiera gustado conocerte en otras circunstancias Silvia –le dijo Oliver-. Mi vida es un desastre en estos momentos. Me hubiera gustado conocerte con todo mi ser, no sólo con lo que queda de él.

-Yo creo que nos conocimos en el momento perfecto –le contestó ella-. Necesitaba algo más que un ride al centro esta mañana; necesitaba un amigo. Te necesitaba justo a ti.

Oliver la miró por un largo momento y deslizó sus manos sobre la mesa para tomar las de ella.

- Creo que tienes razón –le dijo-. El momento perfecto.

Después de salir del restaurante siguieron caminando por las calles antes de decidir regresar al auto, incluso se detuvieron en una plaza a tomar café con pan dulce. El camino hasta el auto pareció ser más corto de lo que ambos esperaban. Incluso sintieron algo de tristeza al darse cuenta que el día estaría a punto de terminar.