jueves, 2 de febrero de 2006

La caja rosa. VII

Una vez instalados en el interior del vehículo y que éste empezó a andar inició lo que sería la conversación de despedida.

-¿Qué harás mañana? –preguntó Silvia-. ¿Regresarás al trabajo?

Oliver asintió.

-¿En verdad te agrada lo que haces? –lo cuestionó Silvia.

Oliver negó con la cabeza.

-La verdad es que sólo llegué hasta ahí siguiendo el rumbo lógico de las cosas –le contestó.

-Lógico y fácil –agregó ella.

-¿Qué me sugieres?

-Nunca es demasiado tarde para empezar –le dijo Silvia-. Puedes hacer algo que en verdad te guste, y hacerlo bien desde el principio.

Oliver rió. Silvia tenía el don de hacer que las cosas parecieran mucho más fáciles de lo que en verdad eran.

-¿Y qué debo hacer con todo esto? –preguntó Oliver- ¿Meterlo en una caja?

-Búrlate, si quieres –le contestó Silvia, arqueando una ceja-; pero podría funcionar.

-¿Y tú? –preguntó Oliver-. ¿En verdad te gusta lo que haces?

-Estoy bastante satisfecha –dijo ella-. Por ahora…

-Deberías abrir tu propio negocio –sugirió Oliver-. Puedes diseñar y vender cajas para guardar pensamientos.

-¿Y quién las comprará? –preguntó entre risas Silvia- ¿Tú?

-Búrlate, si quieres –contestó él-; pero tal vez lo haga.

Silvia miró con sus ojos el cielo pálido que precede al atardecer.

-Pensándolo bien, no es una mala idea.

Al poco tiempo regresaron al lugar donde Oliver había visto a Silvia por primera vez en aquel semáforo que ahora estaba en verde. Silvia vivía a una cuadra de ahí en un edificio de departamentos. Oliver la llevó hasta la entrada y detuvo el auto.

-Creo que aquí termina. Hemos llegado –dijo Silvia señalando el edificio y después se volvió hacia Oliver-. Muchas gracias por todo Oliver. Ha sido todo un gusto conocerte.

Oliver creía que debería ser él quien le agradeciera a ella por ese día. Hacía mucho tiempo que no tenía un día así, en el que sintiera la valentía de dejar a un lado la rutina por hacer algo diferente y en verdad disfrutar cada minuto.

-¿En qué piensas? –le preguntó Silvia.

Oliver despertó de su trance y miró a Silvia con ternura.

-En que ya es suficiente.

Silvia sonrió y entendió que hacía referencia a lo que ella había dicho horas antes. Le daba gusto ver el cambio que había surgido en él y pensar en que ella había tenido algo que ver en eso la hacía sentirse orgullosa de sí misma. Se miraron un gran rato y ella acarició la cara de Oliver mientras pensaba que no quería abrir la puerta del auto, pero tendría que hacerlo tarde o temprano. Afortunadamente, Oliver creó una nueva excusa para posponer ese momento cuando se acercó a ella para besarla.

Sus labios, glaseados de color rosa, estaban fríos; pero eran dulces, tal como él había pensado. Así quería sentirse por el resto de su vida. No tenía nada que ver con tener un buen trabajo o con encontrar el amor verdadero. Era algo más allá, más pequeño, aunque tal vez más grande. Acariciaba el cuello de Silvia y por un momento la sujetó de la nuca sin intenciones de dejarla ir; pero poco a poco la fue soltando. Acomodó el cabello de Silvia detrás de su oreja, lo cual en su opinión la hacía verse, si era posible, más hermosa.

Había un rasgo de melancolía en la mirada de Silvia cuando por fin se decidió a abrir la puerta del auto.

-¿Volveremos a vernos? –preguntó Oliver, que aunque sabía la respuesta a su pregunta, no se perdonaría quedarse callado.

-Creo que tienes que arreglar algunas cosas primero –le contestó Silvia.

Ambos sonrieron. Ella salió del auto y él la siguió con la mirada. No alcanzó a dar dos pasos cuando regresó y se asomó por la ventana del auto. Oliver bajó el vidrio y se inclinó hacia ella.

-Quiero darte algo –dijo Silvia extendiéndole la mano.

Oliver tomó la caja metálica que Silvia había comprado y la miró extrañado.

-¿Estás loca? –le preguntó-. Todo empezó porque necesitabas urgentemente comprar una caja. ¿Por qué ahora me la das?

-Ya no la necesito –le contestó ella-. Creo que podría servirte más a ti.

Oliver le agradeció el detalle.

-Aunque… -dijo Silvia- ¿Podría quedarme con la pimienta? Creo que se me ha acabado.

Ambos rieron y Oliver sacó el pequeño frasco de la pimienta del interior de la caja y se lo entregó a Silvia.

-¿No vas a meterme a mí también en la caja, verdad? –preguntó Silvia.

-No –le contestó Oliver-. A ti te guardaré en una cajita color rosa, como esta mañana.

-Me gusta ese color –dijo Silvia muy satisfecha.

-Lo sé.

-Adiós Oliver.

-Adiós Sisi.

Esa mañana no había ropa en la silla vieja. Oliver se levantó después de dormir tan sólo por tres horas. Había pasado toda la noche empacando sus pertenencias en cajas de cartón. Sólo tomó un café y se acomodó el cabello con un poco de agua. Traía puestos los mismos pantalones de mezclilla y camiseta azul del día anterior, pues era lo único que quedaba sin empacar.

Salió a la calle. Todavía no salía el sol. Si tenía suerte, alcanzaría a salir de la ciudad antes de quedar atrapado en el tráfico por al menos media hora más de lo que tenía planeado. Un día antes dejó su renuncia firmada en el escritorio de su jefe tal como éste se lo había pedido. La renta del mes ya había sido liquidada y los servicios cancelados.

Subió al auto. El asiento trasero y el maletero estaban repletos de cajas de cartón. Un camión de mudanzas pasaría más tarde a recoger las cajas más pesadas y los muebles que quedaron en la casa. Se acomodó en el asiento y se puso los lentes oscuros sobre la cabeza para no tardar en encontrarlos cuando saliera el sol.

Pudo salir de la ciudad sin complicaciones. La carretera estaba limpia y despejada. Prefirió conducir con la ventana abierta a encender el aire acondicionado. No le importaba despeinarse o ensuciarse con el polvo que levantaba el camino. Tomaría un baño cuando llegara. No solía escuchar música al conducir, mucho menos cantar; pero ahora lo hacía.

Sin descuidar la atención al frente, alcanzó con la mano una de las cajas en el asiento trasero y sacó una bolsa de plástico. Dentro estaban la caja marrón con borde dorado y una pequeña caja de madera pintada color de rosa. Oliver sonrió; pero no como acostumbraba sonreír. Estaba aprendiendo a esbozar una sonrisa optimista. Tomó la caja metálica y la observó por un momento; después la tiró por la ventana y se olvidó de ella.


FIN

1 comentario:

La Rosy dijo...

muy muy chingon.

saludos nakito :D