Les voy a contar la fabulosa historia del poder que tiene sobre mí el culitou. Y es que puede sonarles medio nacou la palabra pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre, y un culitou es un culitou, aquí y en China...
Todo sucedió la semana pasada, el lunes, para ser exacto. Aunque para relatar los orígenes de los sucesos que quiero contar me tendría que remontar unas cuantas semanas más, cuando tuve el primer contacto con este gracioso ente. De hecho (y como me daría cuenta más adelante) ese tampoco fue nuestro primer encuentro; el verdadero primer encuentro sucedió en la fiesta de cumpleaños del Joaquín, en octubre del año pasado. Pero ésa es otra historia, la cual no pienso contar en esta ocasión (aquélla es un poco más enferma que ésta). Bueno, la semana pasada salí de mi casa un poco más temprano de lo habitual. No quise dar muchas vueltas para estacionar mi carro y busqué lugar en el estacionamiento de los pobres, sí, ése en el que no tienes que pagar pero sí tienes que caminar un chingo para llegar a él. Así que terminé en un estacionamiento que antes no existía para mí, en el último lugar que quedaba, fue ahí cuando supe que algo bueno iba a pasar en el día. De hecho, ése no fue mi primer presentimiento optimista del día, antes de salir de la casa noté que, inconscientemente (creo yo), me había vestido de una forma, digamos, no tan fachosa que como de costumbre. Curiosamente me había bañado ese día y me había puesto de los trapitos más presentables con los que contaba. Fue entonces, cuando me vi en el espejo, que dije: "Ahh cabrón!, que pedo contigo?" y tuve en ese momento el primer presentimiento de que este día traería algo bueno. Siempre que salgo bañado y vestido así me pasan cosas como que me encuentro gente que quiero ver, alguien me picha la comida (casi siempre el Ivan), me invitan a alguna parte que tenía ganas de ir, me sonríe la morrita que me pasa, me entregan una buena calificación, o simplemente me la paso bien, con una sucesión de pendejaditas que al final me hacen sentir que debería considerar el bañarme diariamente. Pero bueno, ésa también es otra historia. Y no quiero parecer esa viejilla que salía en los anuncios de un banco que decía: "Ése, es el niño Javier. Pero ésa... es oootra historia!". Pinchi ruquilla, con esa frase hizo un chingo de feria. Pero ésa es.... (...).... ¿En qué iba?. Ah sí, pues terminé en el último lugar del estacionamiento, después de mí, el poli le dijo al pindejou que venía detrás mientras hacía un ademán con ambas manos y un extraño gesto con su boca: "Está lleno joven". Hasta ahí todo iba bien: había encontrado lugar pa estacionarme, iba temprano (para variar) a mi primera clase, que no porque sea a las 10 de la mañana uno tiene la obligación de llegar tempra, y venía de una manera presentable a la escuela, me podría encontrar a cualquier morrita que me gustara sin tratar de justificarme con la mirada de que me visto así porque (según yo) soy un rockero alternativo que le importa poco la apariencia y que le da más importancia, mas bien, a lo que hay dentro de esos trapos; es mucho pedo pa poder explicarlo con los ojos, aparte como que casi nunca entienden y se empiezan a reír, pero bueno, no nos salgamos del tema. Caminando hacia la escuela desde el remoto estacionamiento vi algo que me hizo entender el significado de mis presentimientos optimistas de hace rato: enfrente de mí, caminando con el mismo rumbo que yo, iba una mujer que llamó mi atención de inmediato. En realidad, no fue la mujer en su totalidad la que me deslumbraba, sino algo más majestuoso y deslumbrante de su persona: su culitou. Esos dos grandes músculos femeninos a los que no he encontrado otra utilidad más que la de vol-ver-me - lo-cou. Seguí mirándolo mientras ella caminaba (era un regalo divino el que ella fuera a donde yo iba, así tenía más tiempo para admirarlo), seguí su movimiento zigzagueante como el de un barco en aguas no tan tranquilas. Al haberlo observado por un tiempo, me hizo pensar: "¿Será ella?" en referencia a una morrita que ahorita se empeña en meterse a cada rato en mi pensamiento. "No, no es" pensé poco después de realizar una segunda sesión de reconocimiento. Era otra persona, alguien al que no tenía el gusto de conocérselo, una de esas modelos de todos los días, de esas tantas que abundan en el tec que pareciera que es por ellas que las colegiaturas son tan caras ("...y estos 10 mil pesos son por concepto de las modelos que caminan por los pasillos durante el semestre."). Seguimos caminando, ella siempre delante de mí y yo sin apretar el paso. No despegué la mirada de su pantalón, excepto cuando volteé para ver si venía carro, no vaya a ser que me pasara como al papá de un amigo, que chocó por andar viéndole las nalgas a una vieja. Crucé la calle con la misma buena suerte del día y me descepcionó un poco el hecho de que la puerta de entrada estuviera tan cerca, eso significaba separación o, cuando menos, disimular un poco más el objeto de mi observación tan obsesiva. Clavé entonces mis ojos una última vez en esas parábolas azules casi perfectamente esféricas que saltaban del ajustadou pantalón de mezclilla de aquella mujer, como cuando le das el último vistazo al libro antes de que empiece el examen: tratando de recordar caaaada detalle. Saqué instintivamente mi credencial para enseñarla al poli de la entrada casi al mismo tiempo que me daba cuenta del error que estaba cometiendo al hacer esto: al tener mi credencial lista ya no tendría pretexto para pararme en la entrada a buscarla y esperar que ella buscara la suya, entonces tendría que verme en la molesta situación de caminar delante de ella. Como lo había pensado, ella tuvo que detenerse para buscar su credencial en su inmensa mochila negra. En ese momento no pude aflojar más el paso, porque entonces me detendría, y me vi en la necesidad de pasarle por un lado para adelantarme. Mientras pasaba al lado de ella sentí la enorme necesidad de voltear a verla en la cara, no hay nada mejor que una hermosa cara corresponda a una bella nalga. Traté de encontrar su cara, de buscar sus ojos, que son lo primero que busco en una mujer (bueno... lo segundo) y entonces, los vi, esos ojos, más azules que los ojos más azules que haya visto, y después su frente, sus mejillas, su pelo disque trigueño, su cara toda tan bien maquillada, tan bonita, tan... ¡conocida!. Era ella. A la que me refería cuando pensé "¿será ella?" unos minutos antes, la morrilla terca de mis pensamientos. Reconocí su cara y al mismo tiempo ella reconoció la mía: llevamos juntos una clase. Un saludo de beso espantó mi sorpresa. Empecé a hablar con cierta naturalidad, últimamente no hay muchas cosas que me pongan nervioso, no como antes. "¿Por qué tan guapa?", "pos ya ves... es lunes", reímos, "¿cómo estás?", "Bien ¿y tú?", "Pos ahi, bien también, con la misma hueva de todos los lunes", "Jaja, sí, ya sé..." dijo con un gesto de que entendía a lo que me refería. Después de eso fueron frivolidades, cosas de la carrera, ¿qué estudias?, ¿conoces a ...?, qué chida tu carrera... pendejadas de ese tipo, mientras yo no podía esquivar el azul de sus ojos, estaba ahora clavando mi mirada en esos círculos de océano instalados en su cara, que se apartaban de vez en cuando de mí, me gustaron tanto sus ojos que después me obligaría su recuerdo a escribirle una poesía (medio chafona) que dice así:
Azul y más azul, el azul que es más azul,
azul que me hizo ver las aguas de Cancún,
azul más azulado,
creo que estoy enamorado
del azul, de los azules,
de la sombra de los tules,
del que en tus ojos azulesca llamarada
ilumina desde el fondo el azul de tu mirada.
Después le pondría el ridículo nombre de "Ojos", mientras terminaba de escribirlo en una clase.
Llegamos a un punto en que teníamos que separarnos, ella iba a las computadoras, yo iba temprano a mi clase. Nos despedimos con un "Ahi nos vemos" y un beso en la mejilla. Capté desenfocada la ternura de su sonrisa porque miré fijamente sus ojos por última vez como quien espera, desde el momento de la separación, la hora del reencuentro. Se dio vuelta y continuó por su camino y yo continué por el mío y, aunque después pude llegar a arrepentirme, ya no volví para mirarla alejarse.
martes, 2 de marzo de 2004
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